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La Lapa

Historia

El nombre de La Lapa deriva del portugués Lapa, que en español significa Cueva, Gruta.

Se llama así porque en el convento dedicado al patrón de la localidad San Onofre, hay una pequeña cueva que por su situación estaba continuamente manando gran cantidad de agua, que al caer, según algunos escritos, se convertía en dura roca.

Este convento, antes de reconstruirse como tal, fue una ermita y la mandó construir el primer Conde de Feria, Don Lorenzo Suárez de Figueroa en el año 1447, pero su verdadera fundación como Casa Xonsasgrada a la contemplación, tuvo lugar por medio de la Bula Exposcit Tuae Devotionis, promulgada por el Papa Inocencio VIII y fecha en Roma el 5 de marzo de 1489 y dirigida al Conde Don Gómez Suárez de Figueroa.

Foto: Bosque resinero

La pequeña ermita y después el resto del convento, fue dedicado desde su fundación a la titularidad y venerable memoria de San Onofre, un anacoreta y penitente solitario que había vivido a finales del siglo IV en el desierto de Egipto, cerca de la ciudad de Tebas; con el tiempo, lo que en un principio fue ermita para personas piadosas devotas de San Francisco, fue convertida en monasterio de franciscanos y empezó a pertenecer a la Provincia de Observantes, llamada de Santiago, como dependiente del convento de San Benito de Zafra, también fundado por la Casa de Feria.

Unos años después, en el año 1507, este convento pasó a pertenecer a la Custodia del Santo Evangelio, que así se llamaba en un principio la Provincia Descalza de San Gabriel, pero los Observantes del convento de San Benito de Zafra, tomaron para sí de nuevo el mando y la administración del mismo y lo retuvieron hasta el año 1517.

El lugar donde se asentaba el convento, ayer como hoy, es uno de los más hermosos y evocadores de todo el partido judicial. Con todo ello convidaba a practicar el recogimiento y el ascetismo de los anacoretas, ya que en su entorno se alzaban hasta cuatro ermitas. Dos de estas ermitas habían sido anteriores a la llegada de los frailes. Una de ellas estaba construida muy toscamente y estaba dedicada al ermitaño San Onofre, nombre que posteriormente, se le dió a todo el complejo monástico. La otra ermita, adornada con bellos azulejos, la mandó hacer la Duquesa de Feria, una noble y devota inglesa, llamada Dª Juana Dormer, que fue la bienhechora de este convento; a esta ermita la bendijo y la consagró el entonces obispo de Badajoz, que hoy es conocido como San Juan de Ribera.

Los Condes y Duques de Feria, constituidos en Patronos del Convento desde su fundación, no dejaron de favorecerlo continuamente, realizando importantes obras en él, particularmente después de un incendio que dejó asolado el edificio.

En el año 1583, el Duque de Feria, Don Lorenzo Suárez de Figueroa, mandó hacer a su costa, dorar el retablo del altar mayor, siendo guardián de San Onofre el padre Fray Juan de Frías, y en 1589 reedificó y amplió el convento de La Lapa, convirtiéndolo en uno de los mejores de la provincia, donando Dª Juana Dormer, esposa del Conde Dn Gómez, la custodia, ciriales y el palio.

La persona que realmente dió fama de santidad a este lugar, por haber ejercido de Padre Guardián en él durante unos años, fue San Pedro de Alcántara, declarado juntamente con la Virgen de Guadalupe, excelso "Patrono de Extremadura".

En 1532, por renuncia de Fray Diego de Chaves, San Pedro de Alcántara fue elegido Guardián del Convento de San Onofre de La Lapa, donde permaneció en este cargo hasta 1535, al ser nombrado Definidor General de la Orden.

Durante su guardianía tuvo que intervenir como parte activa en el pleito que la provincia de Santiago promovió contra la de San Gabriel en 1538, para arrebatarle los conventos que años antes había sido obligada a devolverle, teniendo que echar mano de un breve que ocho años antes impetrara del Papa Urbano VIII, Fray Angel de Valladolid, y de este modo, consiguieron mantener dichas casas.

Su espíritu de penitencia, le llevó a considerar este cenobio y monasterio como un lugar muy a propósito, para ejercitarse en severas penitencias. Testigo de este espíritu ascético fue la pequeña ermita del monasterio de La Lapa, dedicada a San Juan Evangelista, a donde acudía frecuentemente a orar y a azotarse, de tal manera que, las paredes de aquel pequeño recinto quedaron salpicadas con la sangre del Santo y dichas huellas permanecían indelebres por mucho tiempo. Dicha ermita fue bendecida, a ruegos de los Santos, por el Ilmo. Don Juan de Ribera, Obispo de Badajoz, luego Arzobispo de Valencia y Patriarca de Antioquía.

Durante los años de su estancia en el convento, San Pedro de Alcántara escribió su inspirada obra contemplativa, conocida con el título de "Tratado de la Oración y Meditación" que tanta fama le dió en el conjunto de los autores de la mística española.

El 16 de febrero de 1836, se publicó el Decreto de la Desamortización de Mendizábal por el que quedan declarados en venta todos los bienes de cualquier clase que hubieren pertenecido a comunidades y corporaciones religiosas extinguidas. Desde aquel momento, el Gobierno desamortizador se incautó de este Monasterio de San Onofre, arrojando fuera de su propia casa a ocho religiosos.

Parece ser que cuando el 24 de octubre de 1942 la villa de La Lapa se separó de la jurisdicción de Zafra, constituyéndose como municipio emancipado e independiente, el Gobierno cedió los locales del Monasterio al nuevo Ayuntamiento que se creaba entonces, y la iglesia del mismo se habilitó como parroquia, el 5 de febrero de 1843, destinando el resto del edificio a casas consistoriales, cárcel y cementerio.

Cuando el paso inclemente de los años fue destruyéndose lo que restaba del monasterio abandonado y de su viejo templo; una nueva iglesia parroquial fue construida a finales del siglo XIX, en un lugar más cercano a las casas de los vecinos, y algo alejada de las ruinas del viejo convento.

En medio de aquel entorno campestre y montañoso, apenas restan ya algunos de los muros, que constituyeron el complejo que formaban el convento de San Onofre y sus ermitas. Un camino empinado, que aún conserva su calzada de piedra, nos conduce hacia aquel evocador lugar, entre hermosos olivares que retuercen sus raíces por entre los restos de las piedras, y que se levantaban en forma de paredes sagradas. Sin embargo, todo es ruina y desolación en torno a lo que resta de aquel convento, sólo sigue igual que antes, gigante y solemne, su bello paisaje y el entorno campestre, con la categoría y la autenticidad que le presta la falta de civilización actual, después de haber desaparecido por completo la que antes había existido.

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